Hace 2,000 años, justo fuera de Jerusalén, Dios colocó una cruz en el camino; un acto que no solo transformó la historia, sino que definió el destino eterno de la humanidad. La cruz no fue solo un símbolo de sacrificio, sino el puente entre la condena y la salvación, entre la oscuridad y la luz, entre la muerte y la vida eterna. En ese momento, Dios ofreció perdón, renovación y plenitud a través de Jesús, el Hijo de Dios. Porque a veces necesitamos algo que nos indique la dirección correcta… y a veces necesitamos a alguien que nos lleve allí. La cruz fue ambas cosas. Y cómo respondemos a ella sigue marcando nuestro destino para siempre.